Conocer y abrirse a la música del mundo
A veces, estamos tan sumergidos en nuestra tradición, que no vemos la riqueza al exterior de nuestra cultura tradicional. La música es una parte muy importante de nuestro patrimonio. Conocer las músicas del mundo, es aprender como viven otras personas en las diferentes partes de nuestro mundo, y eso hace que nuestra mente se abra, nos enseña a respetar a todas las culturas, a todas las etnias. |
Un breve
resumen de la evolución de la música:
En las sociedades primitivas la música formaba parte de las actividades
comunitarias. No había autor, no había obra, no había público. Los asistentes
eran casi todos participantes, y las reglas de ejecución, selección de
instrumentos, ritmos utilizados, etcétera, estaban supeditados a las
circunstancias de la vida social y religiosa.
Por muchos siglos la música continuó siendo una manifestación cultural
colectiva, pero llegó un momento en que la comunidad comenzó a delegar su
práctica a grupos especializados, dándose así la división entre músicos activos
y público oyente. Sin embargo, la música seguía siendo accesible a la mayoría
de las personas, dado que aún estaba asociada con los rituales y con las
tradiciones sociales, por lo que, generalmente, el público era altamente
receptivo y manifestaba su placer o su descontento ante el músico bueno y el
músico improvisado.
Con el paso del tiempo, el público fue adquiriendo un comportamiento más
pasivo debido a las innovaciones cada vez más elaboradas que iban introduciendo
los músicos especializados. La actividad musical del resto de la población
quedó circunscrita a la ejecución doméstica de música más o menos simplificada
y accesible para los aficionados. La música se fue volviendo compleja y terminó
convirtiéndose en patrimonio de una minoría selecta, social y culturalmente.
Los grandes músicos comenzaron a salir del anonimato, y la forma en que
dominaban una técnica elaborada y refinada les fue dando prestigio. El pueblo
comenzó a apartarse de la música culta o académica que no oía mas que en las
iglesias, y muy eventualmente, en las antecámaras y jardines palaciegos, y
empezó a cultivar otro tipo de música transmitida oralmente y adaptada a sus
capacidades y necesidades sociales. Se abrió entonces una brecha entre la
música culta y la música popular, que jamás volvería a llenarse.
Durante los siglos XVIII y XIX, la música dejó de ser patrimonio exclusivo
de monasterios y cortes, y se democratizó relativamente gracias a la
multiplicación de los teatros de ópera y de los conciertos públicos. Sin
embargo, el ritual asociado a estos sitios disuadía de asistir a una gran parte
del público popular.
La vida musical, en la actualidad, ha llegado a ser controlada por
profanos, por negociantes astutos para quienes la música es, más que un arte,
un bien de consumo como cualquier otro. Estos comerciantes han decidido dividir
al público musical en dos familias de tamaño desigual: los aficionados a la
música culta, y los aficionados a la música comercial. Mientras que el gran
público sigue la moda sin ningún discernimiento, el aficionado educado comienza
a formar parte de una minoría selecta cada vez más reducida y agredida
sonoramente en su cotidianidad.
Ahora, más que nunca antes, existe una clara e infranqueable división entre
la música como expresión artística, y la "música" que es fabricada
únicamente para ser un producto comercial. Por supuesto, cuando en este trabajo
se habla del valor formativo de la música y de los efectos benéficos que ésta
proporciona a la vida del ser humano, nos referimos a la música de arte, a
aquella que permite al individuo expresar y percibir la verdad y la belleza.
Todos los que de alguna u otra forma nos dedicamos a esta disciplina
artística, tenemos la obligación de dar a conocer los beneficios que la música
de arte brinda, y así lograr rescatarla y ponerla al alcance de un mayor número
de personas; para que, conociéndola, sepan distinguirla, valorarla, gozarla, y
disfrutar de sus bondades.
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